Uno, que recientemente ha bajado
de las alturas andinas y se ha establecido en la Costa Caribe, en lo que quizás
alguna vez fuera la bahía más linda de América, no solo debe adaptarse (y lo
hago con enorme gozo) a una temperatura diferente que impone un ritmo distinto
de vida, sino también a un ambiente sonoro que difiere bastante del de la
capital de la República. Deformado como estoy, profesionalmente hablando, a
veces me gusta cerrar los ojos y aislarme semánticamente para así poder oír
mejor los sonidos, lingüísticos o no, que se producen a mi alrededor. Si lo
hago sentado en mi balcón, oigo, además de los pitidos de los mototaxistas
buscando clientes en la avenida, a cualquier hora el cacareo de algún gallo
despistado por la vida en un solar urbano, las voces de niños recreando en la
calle el éxito de la selección de fútbol (“Sí fue gol de Yepes”) y las voces
algo guturales pero también casi estridentes de los cantantes de vallenato,
siempre presentes a través de la política de puertas abiertas que profesan las
gentes de aquí en lo que se refiere a equipos de música.
En cambio, cuando estoy en la
playa, oigo otras cosas y una de ellas me llama la atención. La situación económica de esta parte del
mundo empuja a muchas personas a buscarse la vida mediante la venta ambulante.
Las que se dedican a ella en la playa, intentando vender algo, lo hacen de una
manera curiosa. Yo aprendí, en un curso sobre ser, estar y hay que seguí ya hace muchísimos años en la
Universidad de Leyden, que con hay anunciamos
la existencia de algo: Hay pan, y que
lo usamos con un artículo indefinido o sin artículo, lo cual tampoco es la
completa verdad, pero como regla didáctica no deja de tener su eficacia. (Por
cierto, en las tiendas colombianas se
suele anunciar Sí hay pan, como si
alguien lo hubiera negado anteriormente. Pero al grano.) Algunos vendedores ambulantes
de la playa anuncian sus productos y servicios así:
- Un señor con un menú en la mano, haciendo publicidad para un restaurante cercano: ¡Los almuerzos!
- Una voluminosa afrocolombiana, equipada con un baldecito con agua y una sillita donde sentarse durante el tratamiento: ¡Los masajes, las trenzas!
- Un muchacho con una colección de Ray-Ban chiviadas: ¡Las gafas! ¡Los lentes!
- Unos muchachos empujando, no sin esfuerzo, un carrito convertido en barco pirata: ¡La piña colada! ¡El agua de coco!
- Dos muchachos llevando una especie de lona con un montón de dibujos: ¡Los tatuajes temporales! (Los que se hacen sin agujas)
Tengo que añadir que no todos
anuncian así su mercancía, otros siguen diciendo: aceite de coco, helados, … y hay un señor que va diciendo: Coca-Cola, gaseosas, cervezas, Águila…,
haciendo así una curiosa distinción entre marcas y géneros.